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lunes, 16 de febrero de 2015

EL RECLAMO, por Ricardo Corazón de León



Hace meses que Ramón Escolano tuvo la idea de "robar una frase de un libro" y sobre ella todo el que se apunte a este juego elaborar un relato. Lo publicamos y lo enlazamos con los otros blogs para leer y comentarlos todos. Este mes la frase fue: 

Cuando llegamos a la planta baja me dije que era el momento de intentar escaparme. En el sótano sería demasiado tarde. —Cornell Woolrich —Del relato: A través del ojo de un muerto.

                                  EL RECLAMO
(Dibujo de Gloria Zoppi)





Entré veloz en el portal y corrí a esconderme en la parte de atrás de las escaleras y ascensores, en la zona reservada al reciclaje y a la limpieza por el portero. Allí tenía prohibido estar. Nadie entraba en esa zona, salvo el conserje, un tipo hosco al que tenía pavor desde niño. Ahora, que contaba once años, aún me producía miedo mirarle a los ojos negros como abismos. Pero estaba jugando al escondite con mis amigos y ahí no podrían encontrarme, seguro.
            Esperé un rato y no oí los pasos de mis compañeros, los había despistado, ¡Bien! Cuando me disponía a salir y declararme vencedor escuché un sonido metálico que se repetía cada poco. Me di cuenta de que lo había estando oyendo pero sin prestar atención. Parecía metal contra metal. Aproximé el oído al lugar donde se escuchaba mejor: era la tubería que continuaba en línea recta, a la altura de mis ojos, hasta una puerta que siempre permanecía cerrada; o, al menos, eso creía yo ya que nunca intenté abrirla. El sonido se repetía intermitente. Daba la impresión de que alguien quería llamar mi atención.
            Indeciso, seguí escuchando y como no oía ni al portero ni a nadie, giré el picaporte sorprendiéndome gratamente con que la puerta no se hallaba cerrada. Detrás de la misma había unas escaleras estrechas y en el medio un pasamanos. Busqué el interruptor y lo accioné, pero se encendió una bombilla de escasa luz en el primer rellano. No sabía si habría más o no. Iba a darme media vuelta cuando David, que había ido detrás de mí en silencio, me sorprendió. Por poco me desmayo del susto mayúsculo que me dio. Cuando reaccioné estuve a punto de tirarme a la yugular de este, que me miraba con la sonrisa en la boca, feliz de haberme asustado.
            —¡Shhsss! No hables. Me parece haber oído una voz o un grito ahogado justo cuando me has sorprendido. ¿Vienes a ver? —dijo Jose Antonio aplicando su boca en la oreja del otro.
            —Sí, claro —respondió David en voz tan baja que Jose Antonio imaginó su contestación más que oírla.
            Ahora me sentía más seguro aunque David tenía dos años menos y sería un estorbo más que una ayuda, pero no estaba solo. Agarrados al pasamanos y deslizándonos como ladrones llegamos al rellano iluminado. La voz o gemido nos llegaba un poco más claro cada vez. Nos asomamos pretendiendo ver dónde terminaba aquella escalera. Se vislumbraba un piso más pero ignorábamos si continuaba. Cuando llegamos a la planta baja me dije que era el momento de intentar escaparme. En el sótano sería demasiado tarde. Delante de nosotros había una puerta tras la que sonaba el ruido metálico y de la que procedía el quejido, en apariencia, pero estábamos a oscuras por completo. La luz de la única bombilla había quedado en el rellano superior y más abajo no queríamos adentrarnos. En ese momento una mano grande y fuerte se clavó en mi hombro produciéndome tal terror que no pude impedir el chillido que salió de mi boca. Miré hacia arriba al propietario de esa mano y antes de desmayarme pude ver la silueta enorme del portero y sus ojos negros brillando sobre las sombras.
            Cuando desperté estaba atado de pies y manos, la oscuridad se había convertido en negrura y podía tocar con mis dedos pegados al suelo un líquido viscoso cuya procedencia ignoraba. Tenía una cinta adhesiva en la boca y nada podía hacer. Intenté producir algún sonido aunque fuera con la garganta para comprobar que no me hallara solo. Suponía que David también estaría conmigo donde quiera que yo me encontrase, pero nadie me respondió. Estaba solo y tumbado en algo viscoso. Traté de apoyar los codos para levantarme y me golpeé la cabeza contra algo duro, quizás una tubería. Entonces me acordé de la hebilla de mi cinturón y alcé el culo hasta que el metal chocó contra el metal, mientras yo chillaba con la garganta todo lo que podía. ¿Me oiría alguien? De pronto caí en la cruel ironía. Yo era la víctima y, al mismo tiempo, el cebo para atraer a la siguiente con mi cinturón y mis gemidos. ¿Hasta cuándo? ¿Qué ocurriría después?