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miércoles, 26 de marzo de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XIII, de Ricardo Corazón de León

Esta historia tiene cada vez más adeptos y me siento orgulloso y sorprendido porque contar una novela por fragmentos y tener seguidores hasta el final era algo para mí impensable. De todo corazón quiero daros las gracias por estar ahí y opinar o solo leer. Esta historia viene de aquí aunque empezó acá.


(Pintura de Willi Kissmer)


(Música de Jaime Barkin)
Como no era de extrañar la noticia de la alimentación universal y del vestido infinito llegó a todos los hogares del mundo en el tiempo de abrir los ojos. Cada uno hizo de sus sueños una realidad y se vio vestida o alimentado con aquello que tanto deseaban. Los gordos se vieron flacos y viceversa, los pobres imaginaron llevar ropas de reyes y las adolescentes se ocupaban diseñando lo que serían sus abarrotados armarios futuros.

Victoria Didier desechó definitivamente la idea del Maligno, del Averno y las criaturas Satánicas y abrazó con ilusión las esperanzas de que aquellas máquinas existiesen en un futuro muy cercano para hacer de ella la que siempre quiso ser.

─Seguro que tendrán una máquina para cambiar de aspecto y transformarte la cara o el pelo si lo deseas. Ya aparecerá, verás─ le decía a Margot y a los dos hombres de su familia, los cuatro pegados a las noticias.

El tema de conversación se hizo monotemático: ¡alimentos y ropa no ensuciable! Las alarmas no se hicieron esperar. Tampoco esto representaba un buen augurio para las fábricas textiles, fuera cual fuese su lugar en la cadena de producción. Si las personas no tenían que pagar nada para tener todas telas que deseasen y con los colores que quisiesen y éstas jamás se ensuciasen, ni deteriorasen, siendo además adaptables y transformables… ¿Qué futuro les esperaba a las fábricas de telas, tintados, costura y venta de vestidos y trajes? Sin olvidar, que las fábricas químicas y las textiles eran en gran medida suministradas por los componentes del petróleo.

Suponía un gran adelanto para la Humanidad pero los ricos dejarían de ser ricos y los pobres también. Eso no les gustaba a algunos que lo tenían todo controlado en sus manos. El dinero y el poder. Suponía un peligro y con cada nuevo descubrimiento más sectores económicos se veían amenazados.

Quizás el tema dosificado en cuanto a la información transmitida produjera menos ímpetu en aquellos a los que perjudicaba pero eran muchos más aquellos a los que beneficiaba y, fundamentalmente a la madre Tierra.

Era demasiados conocimientos para absorber de golpe. ¿Las tierras no tendrían que ser holladas para producir comida? ¿No se sacrificarían más animales para alimentarnos? ¿Cómo solucionaban nuestros primeros moradores el problema del exceso de animales domésticos o para comer o en el mar?

Infinidad de preguntas se planteaban nuestros sabios y científicos y los estadistas e investigadores en cada país y en cada sector político, gubernamental y económico se debatía, aunque todavía nada de esto era posible, pues sólo existía una máquina de tela y otra de comida, pero era muy posible que mediante los conocimientos que faltaban, cada persona pudiese tener una a su alcance.

(Pintura de Ken Hong Leung                                      

La sala de enfermería-quirófano de Ibiza Dos había sido ocupada por los científicos que intentaban saber y averiguar para qué servían los objetos extraños que habían encontrado en las estanterías dentro del globo, que se habían abierto automáticamente, una vez desprendido el cuerpo de su sitio. En la misma camilla que la reanimaron estaba extendido el equipaje de la mujer, con lo que había viajado.

De este modo le pudieron proporcionar a Kristian lo que consideraron que podía ayudarle en el conocimiento del idioma pero seguían investigando el resto.

El resto de los objetos encontrados hacían las delicias de los investigadores. Se encontraban aún encima de la camilla aquéllos que no habían podido examinarse aún. No sabían por cuál seguir. Todos eran interesantes. Richard cogió uno constituido por dos círculos de muy distintos tamaños de oro puro unidos por un brazo fino, no muy grande. Más o menos del ancho de su muñeca y al ir a comprobarlo, notó un click y el círculo más grande se abrió, introduciéndolo en su muñeca a la que se adaptó como un guante. Por el otro aro introdujo su dedo anular, en la mano derecha y se rió alzando la mano y enseñándoselo al resto de científicos. Había encontrado una joya. Todos batían palmas. Bajó la mano para quitarse esa especie de guantelete y cuando flexionó los dedos salió del extremo del anillo un haz de luz rojo intenso y la cabeza de Fiodor Vlaskov voló por los aires estrellándose contra el techo y rebotando contra la pared de enfrente, mientras que el cuerpo de éste se deslizaba empujado por una fuerza inmensa hasta impactar en la pared y caer al suelo.

(Fotografías encontradas en google)

Las paredes y el techo blancos se tiñeron de rojo. Todos estaban salpicados y llenos de sangre y trozos de seso y de la cabeza de Fiodor. Aterrorizados no podían reaccionar. Estaban petrificados con los ojos fijos en el arma que llevaba Richard en su mano todavía. El silencio se hizo palpable. Richard no se atrevía a moverse. Bajó su mano derecha y la puso pegada a su pierna. Estaba terriblemente impresionado y temblaba tanto que no podía siquiera intentar despojarse de esa bomba que llevaba en su mano. Era un shock, un terrible impacto que borró la sonrisa de todos y los congeló en un truculento rictus. Magnus dio la orden de salir mientras que Robert y Edwina ayudaron a Richard a quitarse la fatídica arma de su mano sin que se produjera ningún otro accidente y todos salieron de aquella siniestra sala.

Solo se quedaron Magnus, Geraldine y Robert recogiendo los instrumentos que ya estaban inventariados y guardándolos bajo doble llave, todos en silencio, sin nada que decir, mudos de la sorpresa. Abandonamos la sala para que procedieran a recoger los restos del que fue Fiodor Vlaskov, ingeniero jefe de Cristalografía y Mineralogía y que, por suerte, era soltero y no tenía hijos. Sus padres también habían muerto, así que sólo nosotros, sus amigos y compañeros, éramos su familia. Fue muy triste perder a un compañero. Ya era el segundo y nos sentíamos solos. Perder en cuestión de segundos a personas tan próximas nos hacía unirnos más, pero se acentuaba la sensación de vulnerabilidad y de soledad.

Los encargados de sus restos dijeron que sus huesos estaban pulverizados, se habían hecho polvo, como si sólo los contuviese el envoltorio de la piel para que no se desparramaran.

Los funerales privados y sin publicidad se prepararon para el día siguiente y se guardó un día de luto por su muerte. Su cuerpo fue repatriado a Johanesburgo (Sudáfrica), de donde era y vivía.

Todos estábamos muy impresionados y decidimos no comunicar nada a la prensa de este accidente y dejar por un tiempo de investigar esos objetos hasta saber algo más de ellos. Richard se sentía muy mal, en dos semanas por su culpa habían muerto dos personas, se consideraba un asesino, él que no había cazado ni pescado, ni siquiera pisado una cucaracha o matado una mosca. Su humor ya no se sostenía y necesitó totalmente de su dosis de optimismo para intentar levantar el ánimo. Yo debí atenderle pero estaba completamente dedicado a Joyce por lo que lo dejé en manos de Rocco, el robot-psicólogo que además tenía la capacidad de leer las mentes.


                                                           *********

lunes, 17 de marzo de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XII, de Ricardo Corazón de León

Un nuevo fragmento de esta apasionante novela en la que acaban de... bueno, será mejor que lo leáis por vosotros mismos. Esta proviene de aquí.









(Pintura de Patricie Murciano) 

(Love me de Secret Garden)
Las horas siguientes fueron interminables, los técnicos, Kristian y Magnus no dormían, no paraban de trabajar, sin comer ni beber. Magnus subía y bajaba, yendo de la sala de la Traductora a la base exterior donde se encontraba Joyce. Le quedaban pocas fuerzas para seguir viva y Magnus azuzaba una y otra vez a todos los colaboradores de Kristian y a este mismo. No servía de nada pero le dejaban hacer.
No dormía nadie, las manos no eran suficientes y sin parar se introdujeron todos los datos conocidos, confirmándose en primer lugar que se trataban de dos idiomas diferentes para hombres y mujeres, también incidía en la escritura la edad, el tiempo o época por la que estaban pasando en aquel momento y una confusa multitud de complejidades más.
El siguiente día memorable se produjo sesenta horas después, cuando Kristian anunció que Kris y sus decenas de ordenadores conectados habían culminado el proceso de traducción y un nuevo lenguaje fue añadido a sus dieciocho. La frase que Joyce repetía sin cesar era “comida de colores”, “comida de colores”
El público aplaudió, saltó y gritó acaloradamente, celebrándolo de nuevo.
Solo Magnus después de haber cogido un transmisor-receptor, se abalanzó sobre la puerta de la enfermería donde se encontraba Joyce, atada y con la vía metiéndole el alimento y la mirada perdida. Desenchufó todos los aparatos, le quitó la alimentación en vena, la desató y cogió el abrigo de astracán que llevaba y se lo puso a ella, que no podía moverse de pura debilidad. La cogió en brazos y evitando encontrarse con nadie, la bajó a Ibiza Dos, a la enfermería donde se hallaban sus cosas, su equipaje y que era lo que tendrían que haber hecho desde el principio. Le colocó el auricular en forma de almendra en la oreja. Ella quiso librarse pero no tenía fuerzas para rechazar lo que suponía otra tortura más.
Entonces Magnus le habló.
          ─Somos amigos, Joyce, somos tus amigos ─y ella al reconocer su propio idioma pareció sorprendida, abriendo un poco los ojos pero luego volvió a cerrarlos ante el cansancio.
              ─Dormir, solo quiero dormir ─decía ella.
            ─Solo una cosa más antes de dormir. Te lo aseguro ─decía Marcus─. Solo fíjate en tus cosas y señala la comida de colores cuando la encuentres.
Joyce al ver sus cosas pareció reaccionar pero estaba demasiado débil como para hablar. Fui paseándola en brazos, por delante de los objetos alineados hasta que señaló uno determinado.
Los demás científicos y médicos siguieron a Marcus intrigados, aunque solo se permitió el paso al equipo médico y a Richard que declaró estarse tan quieto y silencioso como si se tratara de un mosquito. Todos sudábamos copiosamente, ya que en seguida que entró ella aumentaron la temperatura para que no tuviese frío.









(Imagen obtenida de google)
El objeto por ella señalado era como un cilindro del tamaño de un antiguo y desfasado CD y de unos diez centímetros de alto. Estaba bordeado de luces de colores, de todos los que contenía el arco iris y en la parte de abajo un pequeño botón como si fuera una cafetera de las de vapor. Ella me indicaba, más cerca de la muerte que de la vida y yo le acercaba la mano para tocar con su dedo índice un color tras otro, cuando terminó señaló el botón que estaba en el soporte abajo y yo lo apreté por ella. Inmediatamente se alzó una bandeja de oro circular con pequeñas esferas de los colores que ella había tocado e intentó introducirlos en su boca, pero no tenía fuerzas. Tuve que ayudarla a abrir la boca y le puse una esferula dentro. No masticó, por lo que dedujimos que se había diluido en el interior de su boca, al ver subir y bajar su garganta. Yo seguí dándoselos lentamente y ella sin masticar lo tragaba. Hasta que por sí misma los cogía y se los llevaba a la boca.
La deposité en la camilla para que pudiera seguir alimentándose y en cuestión de minutos la cámara de televisión recogía cómo Joyce por sí misma consumía una tras otra esas esferas y cómo lentamente su tez tenía otro color. Los profundos surcos negros de sus ojos habían desaparecido y se empezaban a rellenar los huecos de los pómulos y sus labios volvieron a ser carnosos y rosas como cuando la revivimos. Su pelo también adquirió consistencia y brillo, sedoso y suave. Ella no paró de alimentarse, con pausas y despacio, bebiendo agua cada poco, durante una hora. En ese tiempo renació Joyce como un melocotón a punto de ser saboreado. Se presentaba tan bella y suave, tan bien formada y con su suave color otra vez. Sus pechos aumentaron y se les veía turgentes, sus brazos y piernas se rellenaron y sus costillas fueron cubiertas por la carne que le faltaba. Toda ella volvió a quedar como recién despertada. Y la felicidad de nuevo reinó en todos los hogares y en la base.
(Pintura a lápices de color de Rebecca Blair)
Los científicos querían saber cómo era posible ese súbito cambio, pues era evidente que se trataba no solo de comida sino de un regenerador completo. Algo así como el suero universal. Los efectos producidos estaban a la vista. No solo se había alimentado, sino que toda ella se había transformado y tenía la misma fuerza y vitalidad que antes de perderla.
Los súper-ordenadores fueron desconectados de Kris y volvieron a sus antiguos oficios, comunistas, capitalistas, empresariales…
                                   **********
Desde ese momento los científicos expertos en todos los campos comenzaron a investigar nuevamente los objetos que la acompañaban en su viaje. Empezando, obviamente por la “comida de colores”. Habían visto cómo ella accionaba su funcionamiento e iban a probarlo.
Le apretaban un color y aparecía en su bandeja de oro una cápsula de igual tonalidad. El primero en probarlo, pese a los recelos de los demás, fue Richard quien tomó una de esas cápsulas.
─No está mal, no tiene ningún sabor, salvo algo ligeramente dulce, tiene la textura de una gominola, sin azúcar por encima, pero cuando se aprieta contra el paladar se abre y se derrama un líquido por la boca que se traga.
Probó algunas más, intrigado y finalmente lo dejó en manos de los “linces” que se pusieron manos a la obra para averiguar, qué era lo que construía esas materias en cápsulas ─las cuales, una vez analizadas habían resultado ser simplemente albúminas, ácidos protéicos, glúcidos, lípidos, hidratos de carbono, aminoácidos, vitaminas y minerales. Todos los componentes necesarios de una dieta sana y una buena alimentación.
Desarticularon todas las piezas, una por una, para desentrañar el secreto de esa producción interminable de Maná y después de destriparlo no encontraron nada… Solo una estructura filamentosa de oro donde encajaba cada pieza quitada. ¡Vacío! ¡No había nada! Ningún invento o artefacto microscópico que diera con la solución de los problemas del hambre en el mundo…  No había lugar para ninguna materia prima ni en polvo, ni en líquido y tampoco motor que la hiciese funcionar en apariencia. Volvieron a montarlo, desilusionados y pensando que podía no funcionar ahora, pero, inexplicablemente siguió expulsando cápsulas alimenticias, tantas como le solicitaban.
Para ellos era un gran enigma que tenían que resolver porque eso les llevaría a solucionar el problema más grande de la humanidad: el hambre. Y, pese a haberlo desmontado entero no habían averiguado nada nuevo.
Le preguntaron a Joyce, a través del único idioma que estaba conectado su transmisor y solo de uno en uno, lo que lo hacía muy dificultoso, qué método producía o creaba los alimentos y qué ocurría cuando se acababan los alimentos pero ella no sabía nada de la forma de producción y no entendía la palabra terminar
─Siempre hay comida en “comida de colores”, siempre ─sentenció.
─Pero ¿con qué funciona? ¿Qué la hace funcionar? ¿Cuál es su fuente de alimentación? ─preguntó Richard.
Ella hizo un gesto señalándole a él, a ella misma, comprendiendo el exterior y dijo ─Tu energía, el Todo, mi energía, la energía que está en todas partes. La Energía Universal.
─¿Y cómo se transforma esa energía para hacer que funcione la máquina? ─insistía Richard.
─Coban sabe. Él es sabio, lo sabe todo.
El resto de cuerpos extraños hallados junto al dispensador también fueron objeto de estudio. Uno de ellos, que había cogido Joyce, y que parecía un estuche de maquillaje con todos sus colores, proporcionaba en una bandeja cuadrados de colores, texturas, formas y tamaños diferentes. El que Joyce había escogido esa vez era un cuadrado de tela que en sus manos, de forma inexplicable, se convirtió en un mono ceñido a cada curva de su cuerpo de color dorado, media manga y media pierna con escote ceñido al cuello, que moldeaba perfectamente su silueta y hacía resaltar toda su femineidad.
Lo más sorprendente es que ella pareciera no notarlo nunca. Cada paso, cada movimiento, cada gesto despertaba sensaciones olvidadas, lujurias y sentimientos perplejos. Era admirada y deseada por todos los que la rodeaban pero ella no era consciente de ello en ningún momento por más que fuera evidente para los demás. Esa actitud todavía la hacía aún más deseable. Su extraña inocencia.





















(Pintura hiper-realista de Willi Kissmer)
La tela de la que estaba compuesto este conjunto no era conocida en la Tierra, parecía una tela o un papel pero no era ninguna de esas dos cosas. Joyce no conocía tampoco su nombre ni cómo se hacía. ─Creo que con las preguntas que le hacíamos cada vez nos consideraba más necios, y yo empezaba a darle la razón. La diferencia abismal entre su civilización y la nuestra no era comprensible para una mente de su época y tampoco la suya para nosotros. Lo único en que la aventajábamos es que nosotros sabíamos, por ella, que podíamos alcanzar ese nivel y nos pondríamos rápidamente a ello, mientras que para ella los milenios transcurridos de tecnología y adelantos en su mundo, le hacían incapaz de comprender preguntas y procesos simples de planteamiento que para ella eran solo objetos para su uso.
Le pidieron que sacara otro traje para poderlo examinar y retuvieron cómo se hacía para obtenerlo. En la bandeja se depositó una tela sutil como la seda o incluso la gasa de color verde esmeralda jaspeado con marrones y azules como si fuera la cola de un pavo real.
Con la tela entre sus manos y el “guardarropía” se fueron a investigar y comprobaron que aquella tela era ignífuga, impermeable e irrompible. No se podía quemar con fuego, ni con ácidos, ni corrosivos, ni ensuciar con ningún tipo de sustancia. Estaban como niños, emocionados, a aquellos viejos calvorotas y pensadores les brillaban los ojos pensando las maravillas que podrían hacerse para todos los desarrapados y para evitar la contaminación de ríos, mares y océanos por el vertido de cantidades industriales de detergentes para lavar la ropa. La cantidad de animales que no serían matados para lucir sus pieles.
Tuvo que mostrarles varias formas de hacer vestidos pues ellos no sabían cómo ponérselos y ella les enseñó sobre el cuerpo de una técnica, que estaba entrada en carnes, y vieron cómo la misma tela que acababa de usar ella, en rojo sangre y que iba anudada a su cadera, servía para vestir a la señora.
Se sintieron felices finalmente cuando vieron que la tela que había parecido solo una tela, un cuadrado plegado de ella, en el momento en que se adaptaba a un cuerpo, lo vestía con indiferencia del volumen de la persona sobre la que se pusiera pues siempre parecía adaptarse con la misma facilidad… ¡La tela crecía o menguaba según las necesidades…! ¡Era un milagro!

(Pintura hiper-realista de Willi Kissmer)

Y no solo había multitud de formas, colores y estampados, sino que las telas también eran de diferente composición, haciendo parecerse a las múltiples que existían en la tierra, pero todas con las propiedades mayúsculas de la primera. Adaptables e indestructibles y no susceptibles de ser ensuciadas. Los científicos no se daban cuenta de las consecuencias enormes de lo encontrado y de su utilización. Ellos sólo querían saber cómo se hacían esas telas y qué composición tenían que las hacía tan perfectas.
Pronto comprobaron que en verdad era un milagro cuando después de destripar otra vez la máquina de crear ropa encontraron el mismo resultado que en la anterior… ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Un amasijo de piezas que por sí solas no tenían razón de ser pero que una vez unidas, sin motor, sin fuente de abastecimiento o de energía, producía interminablemente telas sintéticas de todos los tipos, gustos y medidas.
Todo un reto para la investigación y para sus ingenios que les convertía en impúberes apasionados y sobreexcitados.

                                             

jueves, 13 de marzo de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XI, de Ricardo Corazón de León

Está interesante, eh? Reconozco que son momentos culmen. Hoy os dejo con un fragmento doble porque si lo corto en dos me chilláis, así que os dejo con Joyce que viene de aquí.



                         (Imagen obtenida en google)

)

(Música compuesta e interpretada por Jaime Barkin)
Sus maravillosos ojos, sus diamantinos ojos azules, dieron la vuelta al planeta entero y todos se prendaron de ellos. En las reproducciones holográficas se veían sus pupilas negras e insondables, rodeadas de un círculo amarillo y los iris llenos de vetas estrelladas en múltiples y variados azules y grises. La humanidad entera dio las gracias, cada uno a su Dios o dioses o a quien fuera por haber permitido que todos los esfuerzos llevados a cabo dieran como resultado la vida de esta maravillosa mujer.

Hasta Jaime Didier, con sus pelos encrespados color rojo y su ropa negra, de estilo new-gótico, sus ojos y sus labios pintados de negro y la cara blanca, ¡se desconectó del mp6! y se quedó embobado viendo los maravillosos ojos atrayentes de aquella mujer. No paró de mirarlos ni de seguir las noticias desde aquel momento. Vivía pegado literalmente a sus ojos de embrujo.

Y Victoria tuvo que ceder, admitió que un demonio no podía tener aquellos maravillosos y transparentes ojos. Pero siguió diciendo que él representaba al Maligno igual que ella representaba la Bondad.
Los demás Didier eran fans incondicionales de la pareja desde el principio.

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Sabíamos que sabía hablar y que podía, que sus cuerdas vocales se hallaban intactas pero no quería o no tenía nada que decir. Transcurrieron días mostrándole todo lo que consideramos que pudiera entender. Le hablamos en todos los idiomas conocidos, gestos, muecas… representaciones… nada. Sus ojos de un azul profundo, insondable estaban llenos de tristeza, desesperanza, mortalmente herida o, al menos, eso es lo que yo deduje al cabo del tiempo. Durante esos días yo me había convertido en su cuidador, médico, amigo, psicólogo… y en la única persona que ella soportaba a su lado. Al único al que toleraba que la tocara y en cuyos brazos se refugiaba cuando transida de dolor o agotamiento quería irse o dormir. Yo dormía con ella sentado o tumbado en un sillón a su lado y una enfermera en un sofá lejano las veinticuatro horas del día.

Cada vez estaba más delgada. No quería nuestra comida. Repetía una y otra vez la misma frase formada por dos o tres palabras que no entendíamos. Intentamos hacerle comer todo tipo de platos, desde lo más sofisticado hasta lo más simple pero ella no lo probaba. No sabíamos qué hacer. Lo único que logramos que tomase fue agua, nada más. En un día que tuve que ausentarme intentaron hacerle comer a la fuerza y vomitó, pateó, pegó y gritó. Cuando yo volví estaba nuevamente atada a una camilla con un alimentador líquido en vena y sus lágrimas caían sin parar de sus ojos cerrados.
Cuando le hablé no me contestó ni tampoco abrió los ojos. No sé si me oía. Daba muchísima pena. Mi alma se conmovía hasta lo más íntimo y me sentía furioso contra esa horda de científicos locos que pretendían imponer sus criterios aún en contra de su voluntad. Arranqué con furia el tubo del alimento y en ese momento, ella abrió los ojos y dejó de llorar. Creí entrever una incipiente sonrisa pero no estoy muy seguro de que fuese así.

Había que hacer algo urgente. Joyce se moría ante nuestros ojos. Era una evidencia y solo repetía interminablemente esa frase de quizás dos o más palabras, con una tierna y dulce voz que no sabíamos si cantaba o hablaba. Pero esta voz cada vez era más entrecortada, temblorosa e inaudible.
Era necesario comprenderla, saber lo que nos pedía con tanta insistencia.

(Pintura de Christina Papagianni)
Magnus abandonó la Base Uno y se marchó a la Dos. Allí se subió en una carretilla a modo de Caterpillar u oruga que, sobre neumáticos de color rojo que no tocaban el suelo, recorría los grandes pasillos. Por fin, llegó donde quería, a la Traductora y entró, sin pedir permiso, sin contestar a los «¿Qué desea?», tan solo abriendo y cerrando puertas hasta que dio con lo que buscaba. Allí en un inmenso sillón en el que apenas podía sentarse se encontraba Kristian Jokovich, ingeniero jefe de informática y lenguajes robóticos, lingüista doctorado cum lauden y autor de enciclopedias digitales y holográficas con sus conocimientos especializados. Ante sí había una consola que yo no podía haber imaginado jamás, ni siquiera en las holografías de ciencia-ficción y de naves extraterrestres. Esto era de otro mundo. No sabría describirla, tal era su complejidad, sus luces, aparatos, botones, círculos, tablets, pantallas táctiles… y él dirigía todo esto, que estaba formado como un pentagrama a su alrededor. Era un genio embutido en un cuerpo de descargador de muelles.
Ante sí tenía lo que los científicos habían escogido de algunos objetos aparecidos en la estantería, que se puso al descubierto, cuando sacaron a Joyce del huevo de oro. Esos artículos se consideraron por los investigadores como capaces de contener información para descubrir el lenguaje de aquellos remotísimos tiempos. Ante sí tenía una figura ovoide y acrisolada, compartimentada como si fuera una vidriera pero en apariencia cada hueco estaba vacío, luego existía un crisol, un tubo largo de cristal, aunque no lo era, hueco y transparente y a su lado, unas varillas como las que quemaban con incienso antes para perfumar el ambiente. Cada vez que una varilla de esas se introducía en el tubo largo y este se introducía en una de las figuras huecas, se iluminaba y nacía una voz que parecía cantar más que hablar y en la que se introducían sonidos naturales de pájaros, viento, agua, mar… Había voces de mujer y de hombre, eran locuciones jóvenes y el lenguaje resultante era como una canción hablada. Por cada varilla de un color, introducida en cada uno de los colores de la forma ovoidal se producía un resultado distinto. Además encima de los cuadrantes de color aparecían imágenes, tanto de la persona que hablaba, con notable parecido a Joyce, así como otras con frutas, aves, praderas, flores, manos… Así que calculando el número de varillas por el número de colores en variación el panorama de sonidos era aturdidor.
(Imagen obtenida de google)
Kristian me explicó que no solamente era desesperanzador por el infinito número de vocablos o palabras que hubiera que introducir en la Traductora sino porque hasta ahora no parecía haber una sola palabra igual a la otra, con lo que podríamos estar ante un lenguaje riquísimo. Había también un pequeño “libro” donde los símbolos estaban dibujados debajo de las figuras de animales, pájaros, plantas… y al mirarlos según se iban “leyendo” las figuras resaltaban y se acercaban a los ojos como en un espacio tridimensional, aunque en nada parecido al que nosotros teníamos. Kristian opinaba que pudiera tratarse de dos idiomas distintos para los hombres y para las mujeres. Por eso, no lograba conectar nada y variaba también en las edades. Era complejísimo de dilucidar.
            Estos eran sus dos instrumentos de trabajo, que para él ya eran toda una tarea descomunal. Le explicó a Magnus que apurando y sin dormir ni de día ni de noche no conseguirían apenas balbucir algo en semanas y para entonces, Joyce ya habría sucumbido. Magnus le prometió la ayuda que necesitase, pero la ayuda que Kristian requería era la de cerebros pero no pequeños cerebros humanos, sino como éste y señaló a su enorme ordenador al que llamaba Kris, al que él había construido.
            Su genialidad era tal que había sido tachado de baladronada en muchos estados que en él no habían creído. Solo los japoneses supieron ver ese gran cerebro instalado en ese corpachón aguerrido. Desde entonces se habían construido dieciocho más como el primero y este último, el más avanzado era el que estaba aquí y necesitaba a sus otros hermanos.
            Magnus le prometió la ayuda. Salió con la misma velocidad que había entrado y se dirigió hacia la enfermería llevando a Frank Spoiler detrás de él a todo correr, el encargado-jefe de transmitir las noticias a todo el mundo. Mientras que él se fue, le habían vuelto a instalar el tubo alimenticio en el brazo. Estaba atada a un sillón, las piernas, los brazos, los codos y tenía la cabeza agachada, hundida, vencida, ya no luchaba más. Frank obedeció las órdenes de Magnus y comenzó a emitir en directo las imágenes de la mujer tal como él sabía, mientras Magnus hablaba.
            ─Esto, señores y señoras, jóvenes y niños, esto es lo que hemos hecho con la criatura revivida del pasado de la historia, de nuestra historia. De nuestra jovencísima antepasada. La hemos despertado para dejarla morir de hambre y ¿por qué? Ella pide algo que nosotros no entendemos, que no somos capaces de darle y para eso necesitamos comprender lo que dice, alimentarla. Mírenla. ─Y la cámara reflejaba lo delgada que estaba, su cara demacrada, sus pómulos salientes, las profundas ojeras que tenía y lo enflaquecido de su cara, todo hueso, con dos botones por pecho y transparentándose las costillas a lo largo de su tórax. Sus hombros puntiagudos, los agujeros al lado del cuello eran casi le personificación de una calavera recubierta de una piel casi translúcida.



           (Pintura de Ron Di Scenza)
        ─Hemos invertido en esta causa miles de esfuerzos y de potencial ¿Para qué? Pregunto yo ─seguía Magnus cada vez más abatido─. Si no la comprendemos morirá y si muere se llevará con ella todos esos secretos que esperábamos que ella nos contase y mostrara. ¡Hagan algo! Como ciudadanos del mundo, como humanos, exijan a sus gobiernos, a las grandes corporaciones y monopolios económicos, a los multimillonarios en petrodólares, escriban, escriban, exijan que pongan sus grandes ordenadores a nuestra disposición por uno o dos días. No va a ocurrir nada porque por una hora dejen de calcular cuánto más se va a ganar o perder por poner la tarrina de chocolate de color verde o azul. Por considerar la conveniencia de invertir en las camisetas deportivas en vez de en los balones reforzados y ultra-ligeros… Escriban, escriban… Si no hacemos algo urgente, no somos hombres, no merecemos llamarnos como tal sin insultar a esta criatura─ y la cámara de Frank pasó del rostro anhelante y suplicante de Magnus al de Joyce, agotado, consumido y rendido.
            La reacción no se hizo esperar. En todos los hogares, gobiernos, cafeterías, galerías, empresas… se retransmitía una y otra vez el mensaje y la gente, todos unidos, escribían, exigían que los ordenadores se prestasen a la base polar Ibiza. Correos de todos los países se colapsó, el servicio de hologramas abandonaron sus trabajos y fueron a manifestarse junto a las personas, a todas las gentes ante sus gobiernos, ante sus empresas, sus multimillonarios, todos pidiendo lo mismo, con voz unánime y con igual clamor.
            El multimillonario dueño de las cadenas de tecnología, informática y comunicación principales del mundo, Harry Golberd, que se encontraba en su yate particular en las islas Mauricio, vio la noticia mientras tomaba un whisqui con su joven pareja. Le pidió un momento de silencio, levantó el volumen de la retransmisión, con la voz y se quedó pensando. Inmediatamente llamó a sus asesores y a su secretario y vicepresidente y les ordenó paralizar los grandes ordenadores y puso todo su emporio a disposición de la base polar Ibiza. Sus asesores se llevaban las manos a la cabeza pero la insistencia y autoridad de Harry Golberd era inamovible. Pero este también era hombre de negocios. Al día siguiente las ventas de sus productos se incrementaba en un veinte por ciento, sus valores en bolsa se alzaron a una posición muy ventajosa, a la vez que su ejemplo cundió, fue alabado, aplaudido y copiado por grandes empresas privadas y, finalmente por los Gobiernos estatales de los cinco continentes.
            De este modo, la base Ibiza y Kristian, en su nombre, recibía inesperadamente al día siguiente al mensaje, toda la potencia de los ordenadores que había pedido, prometiendo devolverlos a sus asuntos en el menor tiempo posible y los puso a trabajar a todos y a todo su equipo como si cada uno de ellos fuera octópodo.
            Enry Lavois, el jefe de Expediciones Polares y Magnus lo comunicaron de inmediato y agradecieron públicamente a todos los intervinientes. En la calle y en todos los lugares del mundo la gente gritaba, saltaba y se abrazaban unos a otros. Nunca se había visto un esfuerzo tan enorme realizado en absoluta armonía por la unanimidad de los habitantes de la Tierra, por la gente normal, más que por sus gobiernos.
            Este fue un día memorable para recordar.


                                                                       **********

domingo, 9 de marzo de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO X, de Ricardo Corazón de León

Seguimos con esta fantástica mini-novela de ciencia-ficción que nació interesante y a cada momento sube más el grado de interés por ella.
Os agradezco mucho que paséis a leerla y que dejéis algún comentario pero lo que más deseo es que os guste. 
Este fragmento proviene de aquí

                
         (Pintura de Christina Papagianni)


(Música de Jaime Barkin)
La cara de la mujer era perfecta. Su boca del color de la cera por el frío y sus labios azulados tenían la suavidad de la juventud, a pesar del color, las cejas curvas y negras enmarcaban sus ojos cerrados, que acababan en unas espesas y ondeadas pestañas largas de color negro, produciendo una gran sombra debajo de ellas. La nariz era delgada, recta y con aletas finas, ligeramente curvadas. Los pómulos se destacaban sin resaltar demasiado. Tenía su piel el aspecto de un melocotón, aniñado, alisado, dulce. Su pelo ondulado y negro le rodeaba el rostro y lo destacaba. El brillo era tal que casi parecía tener reflejos azules y se notaba sedoso. Todos estábamos embelesados. Philip apartó el cabello y empezó a instalar los electrodos lo que nos permitió ver sus hermosas orejas, tan bien perfiladas y en el tamaño adecuado y perfectas.

Se escuchó un profundo suspiro humano que salió de todos los que la contemplábamos, al igual que el que se reprodujo en la Sala de Prensa que recibía en directo las imágenes.

Nos hallábamos presentes todos, en la enfermería, Magnus se acercó con un antiguo estetoscopio y no con la tarjeta mecanizada estándar y se lo puso en el corazón. Al principio no oyó nada. Hacía esfuerzos titánicos por contenerse para no gritar y sacudir el cuerpo hasta despertarlo. La espera y la tensión eran casi tangibles en el ambiente. Todos de pie a su alrededor esperando los resultados. De pronto, se oyó:

─ Bum ─ y siguieron varios silencios prolongados, hasta volver a oír el siguiente “bum”…

Los ojos de Magnus eran todo un poema que indicaban que la mujer vivía. Se conectó la tarjeta electrónica al sonido ampliado del exterior y de todas las cámaras de todos los hogares y todos pudieron oír:

─ Bum … … … … …. Bum … … … … Bum … … … Bum … … Bum … Bum … Bum … Bum … Bum …

Reproducido a miles de vatios de potencia que hicieron que todos los corazones, en todo el mundo sonaran igual y que, por fin, la algarabía y el júbilo reinaran en todos los hogares. En el Laboratorio, en la base Ibiza Uno, donde estaban instalados el resto de personal no sanitario y los periodistas y acreditados de prensa se descorcharon docenas de botellas de champán que generosamente se compartían. Richard lo celebró a su particular manera. Vestido de Papá Noel de primeros del siglo, hinchó globos de colores con helio y los desperdigó por toda la sala. Llevaba un gorrito de Navidad rojo, un matasuegras de los antiguos, en la boca, usándolo a todo meter. Repartía a diestro y siniestro de un gran saco que llevaba gorros de Navidad, matasuegras, serpentinas y zambombas. Parecía una Navidad del año dos mil. Todos felices y alegrándose cada vez más a medida que el champán iba corriendo. Rápidamente Richard con una botella de champán en la mano derecha, de la que iba bebiendo y otra en la izquierda, de la que iba sirviendo, se entregó a abrazar a todos sus colegas, incluso al Jefe de Expediciones Polares, Enry Lavois, un octogenario al que no le disgustó, en contra de su habitual carácter, esa confraternización. Hasta logró que usase el matasuegras y se pusiera el gorro de Navidad. Hoy era un día muy especial. Una nueva vida renacía. Un corazón que llevaba 900.000 años sin latir lo hacía de nuevo esta noche.
  (Pintura de Vicente Rodriguez Romero)

En el quirófano la celebración fue bastante más discreta, aunque ensamblábamos las emociones con los de arriba y nos regocijábamos internamente. El sofoco de la temperatura era insoportable para todos. Llevábamos la ropa pegada y las enfermeras no daban abasto para secarnos el sudor de la cara. Mientras que el corazón latía y bombeaba cada vez más fuerte, sus pulmones iban expandiéndose y aspirando y expeliendo, mientras seguíamos calentándola. Su pulso se aceleró repentinamente, así como su respiración y su electroencefalograma que indicaba que estaba a punto de despertar. Los cuatro médicos se pusieron a su alrededor y a imitación de Magnus se quitaron las mascarillas para no asustarla. Abrió los ojos, esos inmensos ojos azules como un cielo lleno de nubes o de aguas de distintos colores que destacaban en el blanco puro, limpio del globo ocular; sus pupilas estaban dilatadas y el iris lleno de luces doradas y plateadas, levemente cubierto por el párpado superior. Miró hacia el techo pero no creo que viera nada. Sonó una imperceptible contracción y sus ojos se abrieron aún más. Ahora sí veía claramente, miró a Magnus primero, luego pasó a Philip y por último, a Arthur, horrorizada, vio a las enfermeras y todo a su alrededor, intentó con desesperación decir algo, una palabra que sus músculos no le permitían pronunciar. Empezó a temblar su mentón, cerró los ojos asustada y temblando y su cabeza cayó sin sentido.

La enfermera encargada de las constantes vitales confirmó que se había desmayado. Todos estaban contritos. Entendíamos perfectamente el terror que debimos inspirarle y el lugar en que se encontraba todo lleno de cables y objetos totalmente desconocidos para ella.

La dejamos tranquila y acordamos trasladarla a Ibiza Uno, a la superficie, dónde se habían construido unas habitaciones especiales a modo de casa-enfermería más confortable para albergarla, donde sus muros eran transparentes de triple capa termoaislante y, de ese modo, en la camilla, desmayada, la llevamos a su nuevo hogar.


Los paparazzi y todos los periodistas de la Sala de Prensa intentaron acercarse lo máximo para hacerle fotos y preguntarnos. Nuestros policías tuvieron que formar un cordón en el corredor para que no se acercaran a ello y corrieron el riesgo de ser aplastados por la muchedumbre. Al irse, la cámara que estaba siempre en el interior del huevo captó un nuevo acontecimiento. El muro que se hallaba al lado de la mujer, se había derrumbado y se podían ver unas estanterías con hileras llenas de objetos desconocidos. Aquí permaneció fija la cámara grabando. Pero no había nadie mirando en aquél momento.


 (Imagen obtenida en google)

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En la enfermería seguía postrada la mujer por la que el corazón del mundo entero palpitaba y el mío especialmente. Cuando Magnus entró, Philip estaba dándole masajes junto a una enfermera en las piernas, en los brazos dos más se ocupaban de masajearlos y Arthur aplicaba infrarrojos en la zona del cuello y la garganta. Magnus se sentía enfurecido e impotente.

─ ¡Está despierta! ¿Es que ustedes no lo ven? ─espetó, enfadado. ─Está despierta y es consciente. No abre los ojos porque no quiere. Está terriblemente asustada. Si me dejaran unos minutos con ella.
Todos pararon inmediatamente lo que estaban haciendo y, al comprobar las constantes vitales que daban la razón a Magnus, Arthur hizo un gesto con la mano y en silencio salieron todos de allí y le dejaron con ella, mientras se ponían detrás del muro, expectantes.

Magnus comenzó por quitarle uno a uno todos los cables, abrazaderas, electrodos, y todo aquello que la enchufaba a máquinas. Por fin, la liberó, la sábana se la acercó hasta los hombros cubriéndola y dejando fuera solo los brazos. Se acercó un asiento y tomó entre sus manos la mano izquierda de ella. En la derecha tenía un anillo en forma de círculo ovoide, de un mineral o quizás otro material no conocido. Acarició la mano de ella, mientras le hablaba, con una voz que pretendía ser dulce y afectuosa, tierna, amistosa. Quería que ella se sintiese a salvo, que no tuviera miedo y le hablé sin saber siquiera lo que decía, como a una niña pequeña aterrorizada. Al cabo de unos minutos empezó a temblar y sus lágrimas se escapaban por las comisuras de sus ojos, resbalando hasta la camilla desde sus mejillas y su cuello. Yo las dejaba caer. El bálsamo de las lágrimas es bueno para el alma. Eso significaba que aunque no me hubiera entendido, sí sabía que no iba a hacerla daño. Le hubiera besado cada una de esas lágrimas que caían tan lentamente pero ella se habría asustado aún mucho más.
               (Imagen obtenida en google)
Finalmente sus ojos se abrieron de nuevo y me miraron. Me sentí el hombre más dichoso del mundo. De hecho, me sentí el único hombre en la tierra. Y enamorado profundamente también de la única “Mujer” que yo había conocido hasta ahora. Los volvió a cerrar, pero esta vez era por cansancio, un agotamiento infinito.

Cuando los volvió a abrir, yo me señalé varias veces el pecho y repetía «Magnus, Magnus» y ella comprendió, hizo el mismo gesto y dijo «Joyce, Joyce». Nuevamente cerró los ojos. Esperé. Hubiera esperado toda una eternidad sintiéndote viva y a mi lado, de la mano.

Al cabo de un poco de tiempo volvió a abrirlos y me miró y sólo pronunció una frase, o canto, porque no diferenciaba si era una canción o una petición. Ella siguió repitiendo una y otra vez aquella frase que parecía construida con dos o tres palabras cantadas. Cuando vio que sus esfuerzos por hacerse comprender eran en vano, me miró, susurró “Egon” y, ante mi gesto de ignorancia y de impotencia, calló y no volvió a hablar.

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