EL BOSQUE VIVIENTE (2ª parte) de Ricardo Corazón de León
(continuación)
Me levanté tarde, un poco aturdido y, por supuesto, no vi a
Clara. Intentando recordar qué era exactamente lo que pasó fui a la ducha para
despejarme y, puesto que nadie respondía a mis llamadas, me vestí con la
extraña sensación de dejà vu. Al igual que el pasado día Clara apareció a una
hora indeterminada pasada con mucho la que utilizábamos normalmente para
comer. Saltó a mis brazos como había hecho el día anterior y yo la recibí con
el mismo cariño pero con algo de reserva. Le recriminé no haberme esperado para
ir con ella al bosque, pues sabía que me encantaban los paseos matutinos a su
lado. Además, tampoco había mucho que hacer y el propósito de dejar de trabajar
era estar juntos, planeando, organizando, proyectando futuros viajes y todas las
actividades que por falta de tiempo, nunca pudimos hacer.
Ella se sintió arrepentida pero de inmediato, se disculpó
bajo la excusa de dejarme dormir y de que al día siguiente iríamos juntos donde
yo quisiera. No estaba seguro de si pensaba lo que decía. Era como si lo dijese
pensando en otra cosa y así permaneció el resto del día, intentando disimular
su estado semi-hipnótico y atendiendo bruscamente a lo que yo hacía o decía.
No podía comprender qué era lo que le había sucedido a Clara
desde que llegamos aquí pero ella ya no estaba o estaba tan escondida que no
salía a la luz. No sabría explicar cómo lo adiviné pero desde el momento en que
mi mente dio forma al temor convirtiéndolo en pensamiento, me convencí como si
fuera lo más natural. Ni una duda se me pasó por la cabeza acerca de quién era
esta persona que llevaba el cuerpo de Clara. Pero tampoco miedo. Más bien,
certeza y sensación de pérdida muy aguda pero a la que no iba a dar rienda
suelta hasta que supiera qué era lo que había pasado y a qué se debía este
cambio.
Con esa intención, en cuanto se quedó dormida, después de
comer-cenar, me dirigí hacia el bosque, recordando el sueño que tuve y
empezando a creer que tal vez no fue solo un sueño, que quizás hubiera sido un
reflejo inconsciente de mi mente advirtiéndome de lo que podía suceder, pero
tampoco estaba claro lo que me quiso decir, si es que esto era así. Al llegar a
la altura del roble sentí su presencia benigna, amistosa, casi humana, quizás
por el contraste con la violenta actitud que experimenté nada más sobrepasarlo.
Era como haber cruzado de mi casa a un campamento lleno de enemigos, cuyos ojos
me inspeccionaban y ninguno lo hacía de buen grado. El bosque entero me
vigilaba, me seguía y en cuanto me encontré dentro sentí como si una puerta invisible
se hubiera cerrado atrapándome ahí.
Mis pies no
hacían ruido al andar sobre el musgo y seguí una pequeña senda casi desdibujada
internándome en ese ambiente tan hostil. Los robles y hayas parecían abrirse
paso ante mí y, al contrario, si miraba hacia atrás, los cedros, abedules y
todos los árboles del bosque parecían formar un ejército cada vez más
intrincado y espeso que se interponía entre mi ansiada casa y yo. Pero estaba
decidido a encontrar algo que no sabía denominar pero que se había llevado a mi
esposa y me fui internando dentro, cada vez más dentro del propio corazón del
bosque. Lo notaba y no sé explicar por qué pero el silencio era absoluto como
si se esperase algo ¿una feroz batalla tal vez? No sé, pero no resultaba nada
natural este silencio ausente de pájaros, insectos o siquiera viento. Así me
encontré en una zona en la que los árboles no crecían, rodeado de helechos
pequeños y matorrales bajos y arbustos de brezos. Me paré mirando alrededor de
este perímetro que era como una calvicie en el bosque. Desde allí me observaban
acebos, fresnos, alerces, pinos, hayas, robles y también algunos grupos
desperdigados de enebros y de eucaliptus.
Mi intención
no era detenerme pero lo hice y, aunque tarde, me di cuenta de que algo me
había hecho parar, perder mi tiempo, mi búsqueda. El silencio tan profundo y
extraño y el sol todavía en el horizonte daban al lugar una solemnidad
sobrecogedora. ¿Qué era yo frente a aquello que vivía desde hacía miles de
años?
─Esto
siempre ha estado así ─pensé─. Nunca ha cambiado. ¡Estoy rodeado de miles de
años! Miles de años que viven en un único corazón que bombea en el bosque y
detrás de este bosque están todos los bosques del mundo y hasta el fondo del
mar con sus algas les pertenece. La textura de la densa y pesada cortina que
colgaba sobre aquel lugar pareció volverse más espesa. Sentí que me faltaba el
aliento. Entonces, creí que esa capa se movía. Esa presencia oscura e
indefinida que siempre acecha tras la apariencia externa de los árboles se
estaba acercando. Contuve el aliento, miré fijamente a mi alrededor y agucé los
oídos. Una ligera alteración se iba extendiendo por ellos. Al principio fue
algo tan inane, tan nimio que me resistí a aceptarlo. Después, aunque confuso,
fue creciendo hasta que por fin se manifestó exteriormente con toda claridad.
─Tiemblan y
se transforman, eso es lo que sucede ─dije en voz alta, más por oír algún
sonido que para manifestar lo que acababa de presenciar.
Todos
aquellos árboles se habían dado la vuelta y ¡me miraban!. Hasta ahora yo les
miraba a ellos pero en ese momento se centraban exclusivamente en mí. Era una
mirada fija que se clavaba en mis ojos y mi cara, que me recorría todo el
cuerpo. Esa forma de mirarme expresaba crueldad, rencor, hostilidad, maldad. El
corazón latente del bosque se encontraba a pocos pasos de mí y me sentía en
inferioridad de condiciones ya que todos ellos me miraban a mí y yo ni siquiera
podía devolverles la mirada. Pero la sentía sobre mí y debajo de mí el mundo
del animal, el alma del bosque milenario se estremeció y tembló y cuando pensé
que una criatura sobrenatural y arcana como la muerte iba a levantarse pude
ver, con un estremecimiento, como Clara pasaba por delante de mis ojos andando
lentamente por el bosque. Admiraba sus formas atléticas mas fuertes, pero al
contemplar su cara algo se rompió en mi corazón. Su cara reflejaba una
felicidad y un placer tan intenso como no recordaba desde los primeros tiempos
en que nos conocimos y hacíamos el amor. Pero ni aún entonces vi una cara más
embelesada, fascinada, atenta y en comunión con aquello que a mí se me escapaba
y que era lo que había venido a buscar.
La punzada
de los celos fue horrible, como un puñal, ya que nunca los había sentido en
toda mi vida, no sé si porque no me dieron motivo o porque es mi naturaleza,
pero yo quería ese amor que se desparramaba por su cara y su cuerpo sólo para
mí.
Quise
gritar, moverme, llamarla de alguna manera pero no pude. Estaba pegado al
suelo, enraizado y mis cuerdas vocales se habían petrificado. No pude hacer
otra cosa que verla pasar entregada, enamorada y dispuesta para la unión con su
amor, con su vida entera… y, de ese modo, ante mis ojos, mi esposa se internó
en los brazos amorosos del bosque que la recibió con los honores de una reina,
para a continuación amurallar la entrada.
Que esto
sucediera ante mis ojos y que fuera real era algo para lo que yo no estaba
preparado y el más absoluto terror se fue apoderando de todo mi cuerpo, incluso
de zonas que yo desconocía como la nuca, las orejas o las axilas. Temblaba
convulsivamente y lloraba con lágrimas nunca derramadas. Nada podía explicar el
horror que sentí hacia algo que ni siquiera creía comprender pero que se había
apoderado de mi esposa, de mi amada, de todo lo que yo quería en la vida. ¿Cómo
explicar que el bosque se enamoró de ella y ella de él y se marchó? ¿Cómo
definir ese odio visceral que sentía, la imposibilidad física y mental de
oponerme de cualquier forma a esa comunión, la forma en que yo había visto a la
bestia oculta en el bosque?
Me puse en
pie, después de haber caído por dos veces e intenté seguir a Clara, la ruta que
ella había llevado pero la bestia bramó y su chillido ensordecedor me atravesó
de parte a parte y me volvió a tirar. Miré adelante y vi una cara hecha de
troncos y copas, con la melena verde al viento y los ojos negros, profundos
derramando odio hacia mí. Su boca, un agujero oscuro y azabache se presentaba
como un pozo sin fin, como un agujero negro espacial pero, al contrario de éste,
con el bramido atronador que salió de allí me expulsó violentamente metros de
distancia, golpeándome contra troncos en distintas partes del cuerpo y siguió
hasta que en uno de esos golpes perdí el sentido.
Cuando
desperté el día estaba en lo alto y aunque no podía precisar si se trataba del
día siguiente o de un minuto después lo que sí noté fue que la bestia, el ser
abominable que había visto y que me había lanzado bramando no estaba o eso
pensé. Pero de repente estaba junto a mí o había estado antes mas yo no me di
cuenta. En esta nueva forma de presentarse me trastornó mucho más aún que la
anterior, pues en esta se presentaba como una figura femenina, sensual,
caliente, tierna, íntima, compresiva y deseable que intentaba que reclinase
sobre ella mi pecho herido y me dejase consolar, que me ¿enamorase como había
hecho con Clara? Puede que fuera esa su intención, pero el pánico se desató y
aquella figura voluptuosa se me antojó terrible y aterradora. Sin pararme a
pensar huí, corrí con todas mis fuerzas, sin darme cuenta de las contusiones o
heridas que tenía y las que me hiciera en el camino.
Para mi
sorpresa, inmediatamente, el sendero casi invisible que me trajo hasta aquí se
mostró claro y nítido. Lo seguí y la arboleda que como un ejército vi antes
impidiéndome el paso y cerrando filas para que no escapase, se había
desvanecido. Los árboles parecían apartarse a mi paso y no creo que nunca en mi
vida haya llegado a cruzar una longitud igual en menos tiempo que ese día.
Cuando salí
y estuve en terreno sin floresta, miré hacia atrás y entonces sí vi la barrera,
la gigantesca formación en forma de pantera oscura y peligrosa de la que había
escapado sorpresivamente y que nunca me permitiría regresar a por mi esposa.
Un rayo de
esperanza me quedó todavía, asiéndome al pensamiento de que quizás Clara había
vuelto a casa mientras yo permanecía desmayado en el suelo, pero al mirar hacia
nuestro gran roble, nuestro hermoso centinela, cuidador y amigo, tuve la
certeza de que ella se había ido para siempre.
El gran
roble estaba resquebrajado, parecía como si le hubieran partido hacia atrás
todas las ramas, cayendo en dirección a la casa. La selva se las había
arrancado para poder acceder y derribar la última barrera que le quedaba para
llegar a Clara. El tronco también apareció roto como si un vendaval potente le
hubiese quebrado. Y cuando me acerqué a él, con lágrimas en los ojos, ya no
sentí nada. No sentí esas sensaciones de seguridad, amistad y benevolencia. Ya
nada quedaba de nuestro roble ni de mi esposa.
Algo en lo
que nunca creí y que era diabólico en su inmensidad se la llevó para siempre de
mi lado.
A veces
pienso qué hubiera ocurrido si llego a entregarme a esa odalisca voluptuosa que
me presentó como ofrenda el bosque.
FIN