Los
esforzados caballos, sujetando los centenares de kilos de las armaduras que
portaban los caballeros, piafaban por acabar cuanto antes este trabajo. Las
telas de seda con rombos azules y amarillos y flores de lis que cubrían al de
la derecha le hacían parecer más elegante, crecido y era el favorito en este
torneo. Le habían colocado en el bozal a ambos lados plumas azules y la cola
había sido peinada, alisada y después trenzada de manera armoniosa. El animal
estaba nervioso. Quería entrar en liza antes de tiempo.
Por fin llegó su turno y el brioso animal sintió la orden de marcha y galopó con ánimo y con fuerzas para adquirir velocidad, serrando el aire con su potencia para derrotar a su oponente. La tensión se mascaba en el escenario. Los caballos se miraban con fiereza. La multitud enfebrecida gritaba al ganador. Ojos negros contra ojos negros. Los corazones de ambos animales latían al unísono y cuando se acercaron frenaron bruscamente, volando por encima de sus cabezas los caballeros con sus armaduras. La yegua y el caballo juntaron sus cabezas, se reconocieron, voltearon sus orejas y con serenidad salieron juntos del recinto para toda la eternidad. ¡VÍTORES! ¡APLAUSOS! ¡BRAVOS!