Translate

miércoles, 4 de diciembre de 2013

MI ÚLTIMO VERANO (2ª parte), de Ricardo Corazón de León







 Pintura de David Orias.

(Foto tomada de internet).



                                     MI ÚLTIMO VERANO (2ª parte)

De repente percibo como el griterío de voces atormentadas y ensordecedoras se ha desvanecido. No hay nadie que chille ni que oiga correr. Abro los ojos y estoy solo, bueno, solo no, hay un montón de gente mirándome como si estuviera loco o borracho o enfermo, los menos.

También veo a mis amigos correr todos hacia mí. Me preguntan, pero antes ponen orden entre los presentes y los dispersan para poder hablar conmigo. Yo aún tengo los ojos llenos de lágrimas y el corazón desbocado a punto de salírseme por la boca. Las sienes me palpitan y tiemblo como un flan. Por fin soy capaz de articular palabra.

─El hombre… el cadáver… ese que me miraba… en la playa… ─y le busco con los ojos pero ha desaparecido…

─Os lo dije, voy a ver qué quiere…

Todos me miran con extrañeza y me preguntan una y otra vez por qué he gritado, nadie ha visto al hombre pero no pueden negar que algo me pasa porque tiemblo como una hoja. Al fin decido no intentar hacerles comprender, solo que me sigan.

─Mirad, es algo muy, muy importante para mí. Os ruego, os pido, os suplico, a cambio haré lo que queráis si no pasa nada, pero si me apreciáis coged los coches y traedlos aquí, hasta esta entrada de la playa y nos esperáis a mis hermanos y a mí. Nos vamos a ir todos juntos pero ¡¡¡YA!!! Confiad en mí. POR FAVOR. Es muy importante. Pero no hay tiempo que perder. Jorge coge a tus hermanos de la piscina. Si alguien más tiene familiares que los meta en los coches aunque sea a empujones. Si alguno se niega y no podéis con él, dejadlo. Virginia, toma las llaves de mi coche y tráelo. El pequeño no. El Jeep. ¡¡¡CORRE!!! ¡¡¡CORRED!!! Yo voy en busca de mis hermanos. COOOOOORRED…. DEPRIIIISsssaaaaa…

Y sin pensar en nada ni en nadie, ni en si me hacen caso o se cagan de risa, me da igual, me dirijo corriendo hacia el borde del mar y maldigo la hora en que vinimos a una playa con casi un medio kilómetro de anchura de playa. Los pies, como van desnudos, se van quemando, así que la alternativa es sí o sí.

En el agitado estado en que me encuentro no quiero pensar lo que estoy haciendo ni por qué y tampoco pongo en duda nada de lo que he visto, nada. No entiendo nada de lo que sucede ni por qué pero no me importa. Solo quiero coger a mis hermanos, a mis niños y llevármelos todo lo lejos y alto que pueda de esta playa.

La gente me mira, parezco un loco desesperado y no saben la razón que tienen. Llego sin aliento, sin poder hablar. Veo que hay cuatro. Me falta uno. Todos se han puesto en pie al verme correr tanto y están esperando a mi lado.

─¿Dónde está Alma?

─Está bañándose en las rocas. Pero, Ric ¿qué pasa? ¿Qué te ocurre?, nos asustas...

─¿En las rocas? ¡Por Dios! Bien. Mirad, haced lo que voy a deciros: Victoria, por favor, tu eres la mayor así que sé lo más seria y cabal que puedas. Ahora mismo sin recoger nada más que una toalla para cada uno y vuestras zapatillas corred, corred tanto como podáis, como si fuera un diablo persiguiéndoos el trasero, y llegad a la entrada. Allí estará Virginia con nuestro coche. Subiros deprisa. Que todos se vayan al… No, vamos todos juntos, si no, no os entenderán y tendréis miedo. Coge a Coco que se va a escapar. Vamos. Corriendo… ¡CORRED! ─Presido la marcha con mis dos princesas una a cada lado en mi cintura y sin dejar de sonreírles pido a Dios que lleguemos a tiempo. Mi pensamiento está en Alma, que está en las rocas. No sé qué hacer… Dios mío… ¿Qué hago?  No puedo irme sin ella, pero no puedo llegar a las rocas, no hay tiempo. Me paro. No sé…

─¡Ric! ¡Ric! ¿Qué pasa? ¿Por qué os vais?...

Su voz penetra en mis oídos como el más dulce de los sones. Me vuelvo.

─¡Alma! Corre preciosa, coge la toalla y ven tan deprisa como puedas, deja eso, no importa. ¡NO TE DESPIDAS! ¡VAMOS, YA!

Corre que se las pela y los demás también. Nunca me han visto así, no me preguntan nada pero saben que hay que obedecer y callar y que es importante.

A duras penas, logro llegar con las dos pequeñas cargadas en los brazos. Menos mal que Virginia y Roberto me esperan para ayudarme y salen a mi encuentro.

─Gracias, chicos. No pensé que iba a veros. A ti sí, Virginia. Gracias. Ahora, vamos a los coches.

Vi el grupo de mis amigos con los hermanos de Jorge en el coche peleando. La hermana de Esther gritaba y amenazaba a su alrededor. La abuela de Isis estaba sentada y atada. Todo esto pude ver antes de llegar donde ellos.

─¿Nos puedes explicar…?

─No, no hay tiempo de explicaciones. Por favor, por favor, ya no queda tiempo, ya no. Subiros a los coches y seguidme. Por si alguien se pierde me dirijo al Monduber y si tengo que cruzar rompiendo la barrera de seguridad de la Urbanización lo haré. No os detengáis por nada. Vamos hasta la casa del guardabosque en lo más alto. Allí dejad los coches. Si tenéis agua sacadla con vosotros y las toallas y seguid caminando hasta la cima. No puedo deciros nada más. ¡Corred, por favor, es tarde!

Me miraban y se miraban perplejos pero sabían que algo me estaba pasando y que no era una broma porque estaba tremendamente asustado y ellos también. Yo no esperé los resultados de la votación. Cogí a mis hermanos y los subí al coche. Virginia sujetó a las dos pequeñas y se subió en el asiento delantero. Mientras ella ponía los cinturones y demás, yo saltaba dentro del coche y lo ponía en marcha mientras arrancaba. Miré por el espejo retrovisor y vi que todos estaban subidos en sus vehículos y siguiéndome. Nunca he sido devoto ni religioso, pero en aquéllos momentos di gracias a Dios porque de momento, estábamos juntos y en marcha.

Virginia me miraba preocupada pero no me preguntaba. Puso la radio, en RNE, como le dije y están los programas típicos de la mañana con Juan Ramón Lucas y sus curiosidades. Las calles y los coches pasaban volando al lado nuestro a toda velocidad. Hay que ver qué fácil es salir de la playa a estas horas y qué difícil llegar en cualquier momento. Como conocía bien las callejuelas de Gandía evité las de los montículos en que había que frenar y, mediante unas cuantas infracciones de tráfico menores, me las arreglé pronto para salir de aquél laberinto, que ahora consideraba una cárcel mortal. Los demás me seguían. Llamaban por los móviles pero todos estaban dispuestos a hacer lo que yo dijera. No había problema.

Evité el núcleo de Gandía pueblo y lo rodeé para llegar al Monduber. Pasé la residencia de ancianos y llegué a la urbanización más alta y menos acogedora que había en los alrededores. No me lo pensé dos veces y metiéndole caña al Jeep hice caso omiso de las señales, para que parase del vigilante. Si no se aparta me lo llevo por delante pero, por mis hermanos, que no hubiera parado jamás. Seguimos recorriendo las avenidas privadas todos, subiendo, siempre subiendo, hacia lo más alto de todo… Aquí la radio no se oía bien pero era evidente que algo había pasado. Se oían retazos… algunos veraneantes… pónganse a cubierto… las playas…

El cielo cambió súbitamente de color y de estructura. Era gris, ceniciento y con nubes algodonosas pero negras y oscuras que entraban raudas a toda velocidad y giraban en una danza de muerte al compás de los relámpagos y truenos que en un momento se habían formado. Llegamos a la caseta del guardia del bosque. Descendí, quité cinturones y bajé niños. Cada uno ya se ocupaba de todo, de lo suyo y de lo ajeno. Alguien trajo litros de agua en botellas. Nadie me preguntaba, nadie dudaba. Todos caminaban hacia la cima, asustados por el cielo, por los truenos, por el vendaval, por los relámpagos y por una sensación de inminente pérdida.

Seguimos subiendo. Los niños estaban repartidos en los hombros de mis amigos. Los demás iban cuidando de todos. Aún tardamos más de quince minutos en llegar a mitad de camino. En ese momento me volví. Mis amigos y todos lo hicieron igual y lo que yo había visto lo presenciaban ellos ahora, solo que de lejos y sin saber si aquella muralla de agua tan alta como el más alto de los rascacielos sería capaz de llegar hasta nosotros. Era un espectáculo horroroso, dantesco, inimaginable… Yo aún oía a la gente de la playa chillando cuando lo vi por primera vez y las señoras y los niños aterrados y petrificados de miedo… Retiré la vista y pude comprobar que todos mis amigos tenían lágrimas en los ojos. Seguimos subiendo hasta lo más alto que pudimos. No hay radio. No funcionan los teléfonos. Ni internet. Estamos todos juntos en unas rocas en las que de pequeño solía venir a jugar. Estamos sentados esperando… Todos me han abrazado uno a uno y yo a ellos, tengo a los niños conmigo, les doy la mano y a Virginia… Los quiero tanto…



Firmado: Ricardo Corazón de León.







 Foto de una tormenta sobre el lago Titicaca (mía).

martes, 3 de diciembre de 2013

MI ÚLTIMO VERANO (1ª parte), de Ricardo Corazón de León

La verdad es que plasmar mis primeros escritos ahora, para mí es un tanto vergonzoso, pero me sirve para comparar un antes y un después. Este relato, sin alterar, se presentó a un concurso donde fue seleccionado con otros y que de ahí no pasó. Así que lo de inédito se perdió ya. Lo he dividido en dos partes para que no os resulte tan largo.

Pintura de Vincent Fritsch






                                               MI ÚLTIMO VERANO  I

La verdad es que esto es la gran vidorra. Este es el último año que me queda como estudiante, así que es el postrimero verano que tengo tres meses de vacaciones. Luego cuando cumpla los dieciocho tendré que trabajar e ir a la universidad, pero eso me parece tan lejano ahora que no lo voy a pensar.
            La vida es bella y yo soy un privilegiado. Estoy en la playa, en una cafetería en el exterior viendo el mar y la arena frente a mí. El día es perfecto, luce el sol y hace una brisa que quita el tórrido calor de agosto. Lo que no me quita es la calentura que tengo por mis compañeras de cervecitas. Llevamos ya media hora como todos los días en este momento: la hora del aperitivo tomándonos unas cañas. Es la mejor hora. Eso sí, ¡tienen que estar fresquitas! Y a ser posible que todas las que nos sirvan sean botellines que así se calientan menos.
Estábamos con mis compañeras (también están mis amigos, pero esos no me importan tanto) de cervezas. Mira que están buenas, ¡madre mía! ¡Todas! Tengo verdadera dificultad por elegir con cuál quedarme. Todavía no están pilladas y a esta morenita, Merce, la tengo medio ligada. Y cómo me come las orejas… vaya!
            Me aparto, que pasan mis hermanitos y van a la playa a darse un chapuzón. Me levanto, miro que crucen bien y les digo adiós con un gesto. No obstante, me fijo de refilón en la última figura que pasa, con un bañador negro y tan céreo como un cadáver… ¡Vaya tipo raro!
            ─Merce, pero qué bien te sienta el moreno con ese bañador blanco que realza tu tipazo. Estás de muerte! ─Se ríe haciéndose la tímida y se aparta el pelo negro azabache y largo de su cara. Al hacerlo, el perfume fresco que desprende me atonta por un momento, si es que se puede estar más tonto que estoy hoy. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos con este bañador para disimular mi entusiasmo porque, aunque sea amplio, no lo es tanto como quisiera.
            ─¡Hola, cariño! ¿Te acuerdas de mí? ¿Quién soy? Me tapa por detrás los ojos mientras que sabiendo perfectamente que es Virginia, me dedico a intentar tocarle las piernas por detrás y la cara y los brazos por arriba hasta su cara. Cuando llego a ella me destapa y me da un beso en los labios.
            ─¡Hola, Virginia! ¿Qué tal? ¿Acabas de llegar? Siéntate.
            ─¡Eh, chicas! Que no soy su novia, podéis seguir con él. Yo solo soy alguien muy especial en su vida ─me hace un guiño de complicidad y se ríe.
            En ese momento levanto la vista de Virginia y detrás de ella, al otro lado de la carretera para cruzar a la playa, está el señor del bañador negro con cara de muerto ¡mirándome! No puede ser. Busco detrás de mí por si mirara a otra persona pero no, no hay nadie. Me mira a mí directamente. Bueno, no sé lo qué querrá pero estoy demasiado a gusto para preocuparme por si se fija en mí un cadáver.
            ─Mira, Virginia, te presento a las que no conoces, Merce, Paloma, Esther, Isis y Azul. Y de los chicos al único que no conoces es a Roberto, una nueva adquisición.
            ─Ya veo ─dijo ella, riéndose─ renováis vestuario femenino pero el masculino sigue el mismo solo que entra un nuevo córner en sustitución de Alberto.
            Los chicos están ajenos, metidos de lleno en una discusión sin sentido sobre quiénes son los mejores de sus equipos y están tan acalorados que no se han dado cuenta de nada, salvo Roberto que, al sentirse nombrado, la saluda ─Hola, Virginia! Y le da dos besos, siguiendo pendiente de sus preferidos. No podía pedir más: seis chicas pendientes completamente de mí y una de ellas, Virginia, que ha servido de revulsivo para que las otras se encelen con ella. Desde luego, hoy es mi día.
            Dirijo una gran sonrisa a todas que pretende ser encantadora y les pregunto si quieren otra ronda más de lo mismo. Todas aceptan y me miran de arriba abajo cuando me levanto para buscar al camarero. Mientras le busco mis ojos coinciden con los ojos del cadáver, bueno, el que parece un cadáver; sigue apostado al otro lado de la carretera pero me hace señas para que vaya y me señala la playa. Vuelvo a mirar por si fuera a otro pero no hay nadie más. Bueno, a lo mejor le pasa algo de verdad y yo estoy aquí sin hacerle caso. Doy con el camarero, le encargo la ronda y le digo a las chicas que vuelvo enseguida.
─Voy a ver qué quiere el hombre cadavérico ese ─y me dirijo hacia él, mientras escucho ¿Quién? ¿Qué hombre? ¿Dónde vas, Ric?

Justo cuando empiezo a cruzar la carretera él se mueve a la entrada de la playa cruzando los jardines y me sigue haciendo señas desesperadas para que vaya y me señala la playa. Al llegar a la entrada de la playa me señala y lo que veo me produce un vuelco en el estómago, horrorizado contemplo como el día es gris y oscuro y se ha transformado en un hervidero de gente corriendo aterrorizada por salvar la vida huyendo de la playa. Contemplo el mar, ¿Y el mar? ¿Dónde está? ¡Por Dios! Se ha retirado metros hacia dentro llevándose a todas las personas que estaban sentados a ese nivel y, a lo lejos, se divisa una ola gigantesca, más bien un muro de agua alto como una colina que se está acumulando, haciéndose más grueso, potente y alto para dirigirse en todo su salvajismo contra nosotros. Todo el mundo corre. Yo miro con los ojos desorbitados el lugar donde se sientan siempre mis hermanos y… no están… ¡no los veo…! ¡¡Mis niños!! Grito, grito de impotencia y de terror, de odio y de rabia, grito con toda la fuerza de la que soy capaz, mientras cierro los ojos y me dirijo con los brazos alzados hacia el cielo.