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domingo, 13 de enero de 2013

DEMENCIA, de Ricardo Corazón de León

(Normalmente la demencia es una enfermedad y contra ella nada se puede hacer... )







  
DEMENCIA

          Hace unos años tuve que pasar en contra de mis deseos, mi veraneo con unos tíos míos. Era la única persona que podía atenderles pues carecían de hijos y no tuve valor para decir que no. Habitaban en un pueblo pequeño, diminuto, diría yo, pero como era verano, estaba “lleno” de veraneantes. La única diversión que existía en el pueblo era un bar que permanecía abierto casi todo el día y una piscina que llamaban municipal y aunque era indudable la frescura del agua, no era un sitio ideal para pasar las horas; los chiquillos y mayores no dejaban de celebrar, berrear y ovacionar cualquier suerte de lid de alguno de sus hijuelos.
            Siendo estos sitios los de reunión me dediqué a estar en casa con mis tíos fundamentalmente. Para ello me había preparado con unos cuantos libros pensando que habrían de durarme hasta el final del verano. Pero no había pasado una semana y ya me los había leído todos, además de los que encontré en la casa de mis tíos y todo lo que pude encontrar finalmente.
            En uno de esos domingos me encontraba tomando un aperitivo en el bar y entre todas esas personas chillonas había un individuo bastante raro. Se había sentado en una mesita y leía con devoción un manojo grande de folios mecanografiados. Por puro aburrimiento me acerqué a conversar y educadamente le pregunté sobre lo que leía, sabiendo de antemano su respuesta, la cual no se hizo esperar, -Una de mis pequeñas obras, ¿quiere usted leerlo?- y yo que estaba desesperado por hacer cualquier cosa que me sacara del aburrimiento acepté entusiasmado.
            -Qué amable- dijo mi conocido que más tarde supe que se llamaba Rodrigo Villanueva. –Yo creo –prosiguió él- que me convendría mucho leérselo personalmente. Siempre me han considerado con una voz bien timbrada para leer en alto.
            Acepté encantado y le invité a casa de mis tíos a cenar y hasta que esa hora llegara podría leerme su obra en el gran jardín de la casa. Cuando estuvimos en el jardín se apoyó en una columna que sujetaba un gran jarrón y declaró que desde ahí leería perfectamente.
            Entonces comenzó a leer.
            Me gustaría poder describir aquella voz pausada, inexpresiva e incontenible. Era una voz que cuanto más la escuchaba, más extraña me parecía. Ahora sé que era como la de un ruidoso locutor que disertara sobre un pesado tema. Al principio procuraba captar todo el sentido de las frases. Resistí la lectura de los primeros seis capítulos que eran terriblemente pesados. Me imaginé con toda claridad el escenario, los personajes y los acontecimientos, carentes en absoluto de fortaleza dramática. Esperaba que al fin sucediese algo. Pensé que los personajes, en algún momento realizarían hazañas espeluznantes o nobles y santos hechos. Pero no hicieron nada.
           



Nada sucedió. El libro era extraordinariamente monótono, informe; carente en absoluto de vitalidad: era una descarriada expresión de una personalidad negativa, con una multitud de ideas mudas, rancias y totalmente desprovistas de originalidad. Siempre decía lo que uno ya sabía de antemano. Siempre parecía que iba a llegar el párrafo culminante, o el momento ansiado en que sucediese algo. Pensé que, después de un rato, descansaría –pues hasta los más presuntuosos suelen hacerlo y no se puede estar horas y horas leyendo sin siquiera beber algo para evitar la sequedad de la boca-. Pero en este caso era realmente imposible. La lenta y monótona voz proseguía sin descanso, con el terrible tesón de un CD. Deseaba con todas las ganas de mi ser que bajase la voz o la elevase, que chillase o graznase, cualquier cosa para eliminar el aburrimiento. Traté de pensar en otras cosas, pero su voz era demasiado potente e insistente como para permitirme concentrar en otras cosas. No me era posible prestarle atención ni dejársela de prestar. ¡Estaba agotado!
            Nunca había pasado una tarde igual en mi vida. Para colmo de males, la cocinera no terminaba de preparar la cena y avisarnos para poder dejar de oír su voz.  Las horas transcurrían interminablemente. Finalmente me atreví a decir:
            -¿Podríamos descansar unos minutos?
            -¿Por qué? –respondió él.
            -Para que tratemos el tema de la lectura, hablásemos de él…
            -No – replicó -. Estamos en el momento más interesante. ¿No se da cuenta de que he desarrollado todo el argumento para llegar aquí, al momento culminante y más dramático de la historia? Todos los personajes esperan en vilo el desenlace de la tragedia.
            Siguió leyendo, y yo, esperando en vilo el desenlace de la tragedia. Pero no había tragedia alguna, ni culminaba nada. Ya me dolía horrorosamente la cabeza. Pero la voz continuaba fluyendo, por encima de todo, de mis sentidos, del jardín, del mundo. Sentía como si me arrastrase a un torbellino de enorme tedio, de fastidioso aburrimiento. De repente pensé, totalmente resuelto: “Si no avisan pronto para la cena, lo mato”.
            Ese pensamiento fue un acto reflejo, no fue un pensamiento lógico ni racional pero ahora recapacité y me puse a pensar en cómo podría hacerlo. ¡Hasta logré evadirme por completo del sentido de su lectura! Por fin… Consideré todas las posibilidades que se me ocurrieron. El estrangulamiento. Matarlo con el azadón que estaba en el jardín. Ensartarlo en el tridente. Colgarlo. Tirarle el inmenso jarrón en cuya base se estaba apoyando. Desnucarlo contra las piedras de la maravillosa marquesina florida… En todas ellas me deleitaba, me regodeaba de placer. Casi empecé a sentirme feliz, cuando repentinamente cesó la lectura.
-Nos traen la cena – dijo-. Ahora podemos mantener una pequeña charla y luego terminaré de leerle la obra.
Y así fue. Tras lo cual me contó que pensaba dejar todo su dinero para que sus obras fueran publicadas y que quería que yo fuera el depositario de las mismas y redactara su testamento. En vano resultaron mis excusas de exceso de trabajo, de tener que irme inmediatamente y ya desistí completamente cuando alegó que si ponía en duda todavía su talento literario podía leerme otra obra para que lo comprobara.
Ahí se acabó la discusión y lo hice tal y como estaba previsto. Después de que se marchó contento con sus papeles y mi dirección no volví a verlo en mucho tiempo y, por supuesto, dejé de pensar en él
Al cabo de los años, cuando me encontraba en un hospital debido a una caída que me produjo una fractura en la pierna, Villanueva se presentó sin ninguna explicación. Estábamos en la misma habitación cinco personas más. Nos estuvo leyendo durante dos horas, creyéndolo necesario para liberar nuestro hastío. Cuando se marchó, dije a la enfermera:
-Si deja usted entrar de nuevo a ese hombre mientras yo esté aquí le aseguro sin lugar a dudas que la mataré.
Ella se rió a carcajadas, pero todos los demás vecinos de habitación estaban completamente de acuerdo conmigo.
No mucho después leí en el periódico su esquela.
“¡Pobre tipo!, pensé, abusaba en exceso de sus lecturas. Seguramente acabó con la paciencia de algún lector. En fin, ya no podrá leerme más.”
Y entonces recordé sus obras y el testamento y odié aquellos momentos. Primero llegó la clásica carta de un abogado de donde él vivía. Después su visita con una gran caja metálica.
-Los parientes del difunto- dijo – están muy disgustados por no haber heredado nada. Opinan que sus obras carecen de ningún valor y que ellos tienen también sus derechos.
Le pregunté cómo sabían si tenía valor o no su obra respondiéndome que Rodrigo tenía la costumbre de leerles en alta voz varias de sus obras. Traté de disimular una sonrisa.
-Ellos piden, señor, heredar los bienes y dineros del difunto destinados a publicar su obra por ser inútil este propósito y están dispuestos a renunciar a los futuros derechos que pudieran corresponderles por la venta de los libros y por los derechos de autor. Querían llevar el pleito a los Tribunales.
Pues ¡menudo panorama se me presentaba de repente! Además de que eran legión de familiares del difunto.
Le pregunté si la caja estaba llena.
-Totalmente, señor Esquivias. Son copias a máquina, cuidadosamente hechas.
Sacó la llave, una carta sellada y una copia del testamento. Hecho lo cual se despidió. La carta solo me proporcionó la información de a cuánto ascendía la suma dejada por él, lo demás era repetición del testamento.
Cuando abrí la caja y me dispuse a leer los papeles que allí había me di cuenta inmediatamente de que lo que me leyó a mí era de lo mejorcito que había escrito. Llamé a Navalmoral y le dije que tenía trabajo para él si lo quería. Este era un periodista con escrúpulos y dotado de conciencia, por lo que su trabajo era escaso. Así que se alegró y en seguida se llevó las copias de la obra de Rodrigo Villanueva esperando ciegamente hallar una obra maestra en aquel conjunto de papeles.
-Creo que lo mejor será que vaya leyendo poco a poco y vaya estableciendo una comparación entre lectura y lectura –dije-. La determinación de que se publique la obra depende de usted. Según el testamento algunos han de publicarse así que usted decide cuáles son los que se deben editar.
Me preguntó si había pensado en una agente literario para editar y le conteste que Magnus, pues ningún libro, por malo que fuese, podía empeorar más aún su reputación y, en cambio, el dinero le ayudaría a conservar su industria.
-Por último, Navalmoral, si usted se arrepiente de haberse mezclado en este asunto, como le ocurrirá cuando entre de lleno en sus lecturas, recuerde que, al menos, no se los leyeron en alta voz y dé gracias a Dios por ello.
Cuando volvió Navalmoral a buscar el resto de la obra me dijo que no había encontrado ni el menor rastro de una buena obra; todo era pésimo.
-Un tipo patético el Sr. Villanueva- dijo.
-Yo le aconsejo que la rechace, que no se obsesione como me ocurre a mí con su horrible sentido práctico y monótono. Pienso continuamente en él y en su obra como si se tratara de un asunto de vital importancia. Si me siento en la sala le oigo leer. Si descanso en un parque le sigo escuchando y cuando me voy a dormir, sueño que él me arropa y me envuelve “con su sentido patético”. Y si por algún momento me olvido de él aparece una carta de las decenas de familiares que tiene reclamándome el dinero que dejó.



Navalmoral, por supuesto, no me hizo caso y siguió fiel leyendo continuamente y como era de suponer se obsesionó tanto como yo.
-He soñado- me dijo en una ocasión- que el pobre Villanueva se me aparecía por las noches y me contaba exactamente como concibió cada una de sus ideas. Y ¡hasta me ha hecho perder el gusto por las buenas obras!
Por fin, tales eran las amenazas de los familiares y los pleitos que pugnaban por acumularse que reuní en un día a todas las partes implicadas, es decir, a todos los familiares, al abogado y a Navalmoral.
Yo ya no vivía, Villanueva me ahogaba, me agobiaba, me levantaba pensando en él, me acostaba y soñaba con él y hacía días que no me encontraba bien. “Si yo hubiera podido adivinar hasta qué grado iba a llegar esto lo hubiera estrangulado en el jardín de mi casa cuando tuve la ocasión”. Claro que peor me sentiría si me hubiese tenido que leer toda la obra entera del difunto. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago y estaba a punto de vomitar.



La reunión fue agitada y tumultuosa. Estaba claro que todos necesitaban el dinero y argumentaban empecinadamente cada uno a su favor, mientras el “patético” Villanueva no necesitaba nada de nada pero era el causante de todo estos problemas tan desagradables y yo le odiaba por ello. En esto estaba pensando cuando distinguí claramente a Villanueva que pasaba frente a la ventana del salón que había alquilado para la reunión. Me levanté de un salto; señalé hacia él; grité para que todos lo viesen.
Navalmoral se acercó.
-Calma, amigo. Está muy fatigado.
-Pero yo lo he visto –dije-. Era él mismo. El causante de todas las desgracias. ¡Si pudiera echarle mano…!
La reunión duró cuatro horas y media durante las cuales se sugirieron las más peregrinas y peculiares ideas legítimas e ilegítimas de terminar con estos problemas. Entonces se pidió opinión a Navalmoral como crítico de su obra. Dijo que, desde el punto de vista literario, toda la obra del difunto era un completo desatino. Todos le miraron con cariño. Pero, cuando precisamente comenzaba aquél a recrearse en esta atmósfera tratando de olvidar a Villanueva, una inmensa dama, semejante en todo a una ballena, pero con piernas, avanzó hasta él y, encarándosele le dijo:
-Yo no he leído los libros ni pienso leerlos tampoco; pero no admito la palabra desatino, pues la considero difamatoria; permítame indicarle que fui yo quien trajo al mundo al señor Villanueva.
Navalmoral la miró con una mezcla de terror y éxtasis. ¡Ella había traído al mundo a aquel portento! Pero, cómo… ¿a quién había ella persuadido?
La reunión llegó a su fin con el siguiente acuerdo. Nosotros recogeríamos las opiniones de seis eminentes abogados. Debíamos también conseguir que un crítico prestigioso leyera el mejor trabajo de Villanueva. De acuerdo con ellos, se repartiría el dinero o se dejarían las cosas como estaban.
Yo estaba profundamente decepcionado mientras volvía de la reunión puesto que todo lo que se había acordado costaba un montón de trabajo y de gasto y así nunca íbamos a llegar al fin.
-¡Maldito sea!- exclamé mientras iba llegando hacia mi casa. Y allí, justo separado de mí por la anchura del paseo, estaba él en persona. Estuve a punto de echarme a llorar. ¿Qué había hecho yo en mi vida para que los dioses me castigasen con tales torturas?
Eché a correr hacia él, pero su paso era mucho más largo que el mío y en seguida desapareció en una bocacalle.
Desde ese momento, ya no pasó ni un día sin que viera al Sr. Villanueva. Constantemente me encontraba en un estado sobresaltado y nervioso, y el miedo a pensar que podía estar volviéndome loco se iba apoderando de mí. Mientras, el pleito se iba desenvolviendo. Al final se decidió repartir la mitad de los bienes y del capital entre los familiares. Por un momento, pensé que ahora volvería a reinar la paz y temporalmente fue así.
Pero, justo cuando transcurrió el mes, uno de los abogados me comunicó que algo extraño e inquietante había pasado: dos de los herederos se veían tan acosados por alucinaciones de Villanueva que su juicio estaba en peligro. Dijo que continuamente oían a su tío leyéndoles en voz alta en toda la casa sus famosos trabajos. En cualquier sitio de la casa le oían. Pensé que a lo mejor ahora empezaba a leerme a mí también y estuve a punto de desmayarme…



Después de unos meses supe que los familiares anteriores habían sido internados en una casa de salud mental. Pronto les empezó a ocurrir lo mismo a otros familiares del difunto y cuando les daban el certificado de haberse recuperado, en cuanto volvían a sus casas de nuevo les invadían las alucinaciones y tenían que regresar al manicomio.
Dos años después, durante el invierno, empezó a pasarme a mí.
Fui a un especialista que, como a los familiares de Villanueva, me dictaminó una crisis aguda por estrés y me recomendaba un descanso prolongado en una casa de salud. Pero yo no estaba dispuesto a arruinarme como les pasó a ellos ni a dejar que el “patético” Villanueva triunfase.
Así que consulté a varias personas, incluyendo espiritistas, magos y sacerdotes. Pero fue Anai quien me salvó.
Después de contarle detalladamente la historia me dijo que me procurase un hombre que fuera siempre a mi lado y que en cuanto el espectro volviera a aparecer le dijera a mi compañero que corriera por detrás de la calle y tratase de cortarle el paso.
-¿Pero cómo podrá…?
-No te preocupes yo sé lo que digo- y me miró con una sonrisa animosa.
Seguí su consejo, qué otra cosa podía perder, y Villanueva no volvió a aparecérseme. Seguí oyéndolo leer, por las tardes y cuando estaba solo, así que comencé a invitar a amigos a mi casa todas las tardes. Pero al acostarme, seguía allí leyéndome sin parar.
Anai me aconsejó que me casase pero yo no estaba dispuesto a ofrecer a una muchacha la vivencia de una persona como yo, agotado, nervioso y medio loco, así que seguí con mis métodos y cada vez más hundido. Un tiempo después mi acompañante y yo salimos temprano y vimos a Villanueva caminando a lo largo de un callejón sin salida. Ambos corrimos en su busca, nos paramos frente a él y saltamos arrojándonos contra él.
-¡Dios mío!- exclamé-. ¡Pero si es de carne y hueso!
Rápidamente lo llevamos en volandas hacia mi casa aunque él no prestó ninguna oposición. Era totalmente corpóreo. No tenía nada de fantasma o producto de mi imaginación.
-Ahora, Villanueva, explíquese ¿Cómo es que no está muerto? Los periódicos lo publicaron.
-Ya lo sé. Fui yo quien publicó la noticia. Estuve fuera y todo fue muy sencillo.
-¿Y mis continuas visiones, y el diagnóstico de sus parientes que están en el manicomio y los que se suicidaron por no soportar sus dolorosas visiones acústicas? ¡Es usted un canalla! ¡Y un miserable! Además de un asesino.
-Sí, lo sé. Fueron muy interesantes todos estos experimentos.
-¿Experimentos? ¿Experimentos?...
Sepa que soy un aventajado y prestigioso psicoanalista y que nunca tomé en serio aquellas novelas. Solo eran parte de mi experimento.
-Pero ¿para qué, depravado monstruo?
­-Para mi Magnum Opus.
-Y ¿en qué consiste esa abominable obra? ¡Maldito bastardo!
-Es un tratado –dijo con aquella placentera expresión que me sacaba de quicio-. Un tratado que borrará todo lo que antes se ha escrito sobre este tema. Su título será “Investigación completa y exhaustiva sobre la casi interminable capacidad de la resistencia humana” y según acabó de decirlo, le seccioné con el mayor placer del mundo la carótida para después, ante sus desorbitados ojos cortarle la lengua como pude y después sacarle los ojos de sus cuencas mientras me reía histéricamente sintiéndome el hombre más feliz de la tierra. Impediría que ningún otro ser vivo pudiera oír ni leer nunca una sola palabra que saliese de la mente de este retorcido y lunático espécimen, para lo cual también cortaba uno por uno sus dedos de las manos riéndome insanamente… feliz… por fin.

                                                         FIN


                                  

12 comentarios:

  1. Soberbio relato, Ricardo, bien trenzado, dando los toques justos en cada línea para que el lector no pierda el interés y... un final verdaderamente terrorífico e inesperado. Por lo menos yo, no me lo esperaba, es demasiado truculento, muy visceral y fantástico. (Aunque te puedo asegurar que se me aparece a mi el tal "señor Villanueva" Y cuanto menos, le mando a Gabriel). Ja,ja,ja,ja

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    1. Exactamente!!! Eso quería transmitir, jajajaja... Gracias por los comentarios, Frank. Me costó no haber puesto el final según empezó la lectura.

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    2. genial yo lo mande por un momento el protagonista fui yo muy buena muchas gracias por compartir felicidades sigue como vas y llegaras a grande

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    3. Muchas gracias por comentar, Mari Carmen. Me alegra mucho que te haya gustado o disgustado, jajajajaja...

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  2. Es buenísimo Ric. Debes luchar con ahínco para que te publiquen una novela porque escribes como todo un escritor. Lo digo en serio, es muy bueno.

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    1. Muy buen concepto tienes tú de mí. Muchísimas gracias por tu seguimiento que es lo que de verdad mueve a escribir, el que le guste a la gente, lo que se escribe.
      Eres un cielo.

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  3. ¡Terrible! Este sujeto es terrible pero mucho más asombrosa resulta la imaginación que te hace concebir tan truculentas personalidades y describirlas tan bien. Yo me he llegado a agobiar de verdad. Gracias, Ricardo, por esta atmósfera y esta entrada. Es un placer leerte.

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    1. Pues creo que me inspiré en ti, jajajaja... Es broma. Muchísimas gracias por tus alabanzas. Si te llegó a agobiar es que lo he logrado, lo que pretendía, así que debo haberlo transmitido bien. Gracias, mil gracias, Arturo.

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  4. Hola, Ricardo.
    Eres genial. ¡Cómo escribes! Me gusta muchísimo. Cada vez que paso por aquí es un gustazo. Este ha sido estremecedor y para volverse loco, desde luego.
    Sigue, sigue que no quiero perderme ninguno de tus relatos.
    Esmeralda Medina.

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    1. Muchísimas gracias, pequeñaja. Es un placer que te haya gustado.

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  5. Qué miedo, por favor! Todo ese despliegue y con solo tus letras casi me arrancas gritos de todo tipo. No dudes de que tus letras me causan un gran impacto en todos los sentidos. Además la música está tan bien pensada para este relato que parece que la hicieron a propósito para él.
    Angélica Monteloup de Sancé.
    Debo ser de las pocas que no tengan blog pero yo no escribo. A mí me encanta leer y leerte a ti en especial, guapo.

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    1. Esto sí que es un gran impacto para mí. Escuchar opiniones como la tuya me dan hálitos para continuar escribiendo.
      Muchísimas gracias, Angélica. Encantado de tenerte por aquí.

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